Bueno el contendio de esto son mis desvarios, tropezones, alucinacion y (pocaS) cosas cuerdas que digo, esrcibo o pienso.

lunes, mayo 23, 2011

CaRa dE HueVon


Siempre fuiste un huevón; un looser como dirían tus amigos mas tarde. Desde pequeño llevaste ese estigma. Cuando en el colegio te gritaban tapón de piscina, gordo de mierda...”, te enojabas y perseguías a todos ellos por el salón, aunque sin poder atrapar a ninguno; se reían de ti y tú te enojabas mucho mas. Todos los días era lo mismo: te gritaban, luego te metían la regla al poto para cuestionar tu sexualidad y sentías entre rabia y placer, pero te volteabas y los perseguías, les atizabas puñetazos, pero ellos se reían más de ti.

Un día de esos te propusiste acabar con todo eso y que de una vez por todas te respetaran. Así que cuando tocó la campana del recreo te fuiste donde el conserje y te conseguiste una tabla que te tenía un clavo atravesado. Entraste al salón y te acercaste al negro Tito, que era el más jodido del salón; te paraste enfrente de él y le atizaste un golpe ante la mirada atónita de los demás. Escuchabas los alaridos del pobre negro y gozabas con ellos. En lugar de darte pena te alentaban a seguir dándole. Te expulsaron del colegio ese mismo día, con un papel que la psicóloga había escrito y firmado. “Conducta agresiva” decía el diagnostico. El negro Tito paso tres días en el hospital, le diagnosticaron traumatismo múltiple. Tenía los huesos del brazo partidos en mil.

Llegaste a la casa, te recibió la vieja con el almuerzo de siempre y le enseñaste la nota, ella no te dijo nada, pero se hecho a llorar en el baño; para que no te des cuenta, como lo haría años mas tarde, por tu culpa también. El viejo te agarro por el cuello, te molió a puñetes y te dio de patadas, que no te pudiste levantar en dos días; “todo se paga en esta vida, pensabas. Esos días te sirvieron para reflexionar y pensar en tu futuro. Así que le pediste a los viejos que te dieran otra oportunidad y te metieran a otro colegio; les explicaste lo que te hacían los otros chicos en el colegio anterior y el viejo comprendió, se sintió orgulloso de que su hijo no era un triste huevón, que no era un mariquita. Te perdonó todo y te pusieron en un nuevo colegio; esta vez era mixto, “para que conozcas hembritas”, decía el viejo y tú reías.

Llegaste con la fama de loco, por haber hecho lo que hiciste en el colegio anterior. Y las chicas te miraban raro. Los patas no se te acercaban. Los más bravos te respetaban. Pero seguías siendo un huevón. No te podías acercar a las mujeres porque les tenías miedo. ¿Te acuerdas cuando conociste a Karina?, esa blanquita no muy alta, que se le formaban chapas en las mejillas cuando se agitaba; esa que te robaba los sueños.

Un día te la presentaron, gracias al gordo Oscar, que era el único pata que habías hecho en el colegio. Era un buen tipo, tenía un año más que tú y siempre andaba con su skate. Le gustaba fumar ganya, pero no le entrabas a la nota. Ese día en el que te la presentaron, estaba de pie junto a sus amigas, en el patio del colegio, estudiando para un examen que tendría más tarde. La campana para el recreo había sonado hace cinco minutos. La viste y se te escarapeló el cuerpo. Se acercaron con el gordo. La saludó.

-Ella es Karina- Dijo el gordo

-Hola- se te oyó saludar con cierto temblor en la voz.

-Hola- Respondió ella, alzando la vista y dándote un beso en la mejilla; las chapas enrojecieron su rostro, ¡estaba nerviosa!, y te sentiste un ganador porque creíste que era una señal de que le gustabas.

No hablaron más, sólo se miraban y el gordo conversaba con otra chica. Ella no quitaba los ojos de su libro. no atinaste a decir nada más. La campana sonó, regresaron clases. Te sentiste aliviado. Nunca más volvieron a dirigirse la palabra. Así que decidiste escribirle cuentos y se los mandabas por medio del gordo, los que la hacían feliz. No te le acercabas. Soñabas con ella, te imaginabas caminando juntos cogido de su mano, haciendo las cosas que hacen los enamorados.

El día del aniversario del colegio fue fatal para ti. Estabas sentado observando un baile de marinera; el gordo se te acercó con cara de velorio y te dijo que Karina andaba con el flaco Lucho. La música dejó de sonar en tu cabeza y el mundo se paralizó, todo se hizo oscuro, te sentiste vacío. “Soy un huevón” pensaste y te diste cuenta que eso te perseguiría toda tu vida. Te fuiste del lugar. Llegaste a casa y te encerraste en tu cuarto a llorar como una niña. Te quedaste dormido. Sentiste que te habían ganado por dejado, sólo te quedaba el premio de consuelo, así que te fuiste a buscar a la negra Cecilia, esa que te mandaba cartitas de amor. “La negra no es fea”, pensabas “y tiene buen culo”. Tocaste la puerta de su casa, salió, le pediste que fuera tu enamorada, aceptó, la besaste y sentiste cosquillas porque llevaba algo crecido el bigote. Estuvieron unos tres meses juntos, hasta que la negra se percató que había sido el consuelo de tus días. Y allí nomás te terminó; lo aceptaste, te fuiste a tu casa, te encerraste en el cuarto y te corriste la paja. Te sentías relajado.

Cuando ingresaste a la universidad creíste que todo sería distinto, ya que nadie te conocía. Te juntaste con los más “bravos” del lugar y formaron la collera. Todos lo días era salir de juerga con El Chino, Pelo de Choclo, el Cholo Valle el negro Víctor y Alex el quemado, le decían y hacia honor al sobrenombre, porque se metía todo tipo de drogas. La última noticia que tuvieron de él fue que lo encontraron tirado en su cama totalmente rígido y balbuceando incoherencia. Dicen que se inyectó un analgésico para vacas.

Con tu amigos, los fines de semana bajaban a la planicie a buscar hembrasen las fiestas privadas que organizaban las chicas del Villa María; si no había suerte por esos lares, iban a barranco a ver si pescaban unas cuantas cholas; luego se reunían en la casa del Pelo de Choclo, sacaban el carro de su viejo y pasaban la tarde viendo al tronado de Alex.

En las fiestas del Villa María todos se ligaban a alguna chica de la fiesta, cumpliendo con el objetivo principal, pero tu seguías siendo un huevón, sobretodo con las chicas. Preferías quedarte en una esquina tomando cantidades industriales de cerveza, ya que eras demasiado cobarde para meterte unas rayas de coca como los demás de la collera. Te ponías muy ebrio y comenzabas a buscarle pelea a cualquiera, total, estaban los otros para defenderte, porque siempre perdías.

Los muchachos comenzaron a cuestionar tu virilidad porque nunca te agarrabas a nadie. “Puta compare todos le entramos a las flacas y tu nada. Estamos comenzando a creer que eres carbote decían y tú sólo sonreías, pero en tus adentros dudabas, creías en los comentarios de la gente, así que decidiste experimentar y te metiste con el cabro de la peluquería. Te gustó y la confusión fue mayor. Dejaste de parar con la pandilla, te compraste un vestido, te rasuraste las piernas y te fuiste a putear a la avenida Arequipa.

Los viejos no sabían de tu oficio, así que el día que llegaste a la casa todo pintarrajeado, con el vestido puesto y le dijiste que eras marica, tu mamá se encerró en el baño y se puso a llorar. El viejo te agarró a trompadas y te botó de la casa.

-Mi hijo ha muerto- dijo mientras te tiraba tus trapos por la cara.

Te mudaste a un departamento de dos por medio en el centro de Lima. Por la mañana dormías y eras todo un hombre. En la noche te colgabas el nombre de batalla y ganabas el pan con el dolor de tu frente.

-Lupe- decías cuando te preguntaban el nombre, te mordías los labios, cerrabas un ojo cuando preguntaban cuánto la cosa, -cincuenta soles la media hora- decías con sensualidad.

En el negocio se sacaba bien, no podías quejarte, pero todo cambió cuando te entró la ambición aquel día en el bar de “Doña Meche”, cuando conociste a ese caficho que te propuso el negocio de pepear a los que atendías, te dijo que sacarías el triple de lo que ganabas y así fue. Le entraste a la cosa. Les mezclabas diazepan con trago y se quedaban totalmente inconscientes, mientras les robabas todo lo que podías.

La cosa iba viento en popa, pero el día en que no tenías la dosis completa del calmante y le echaste la mitad al tipo con el que te ibas acostar, arriesgaste todo. No se durmió profundamente y justo cuando le robabas la billetera se despertó, sacó una pistola de quien sabe donde y te apuntó; forcejeaste con él y una bala se escapó y se le incrustó en el pecho, en tú descontrol, limpiaste la sangre del lugar y metiste al tipo en un saco. Te quedaste sentado sobre la cama contemplando el cadáver, hasta que el sueño te venció y te quedaste dormido sobre la cama. El balazo había puesto en alerta a los vecinos quienes pasaron la voz la policía, quienes llegaron al lugar, te esposaron y te llevaron. Una semana después te condenaron a tres años por asesinato culposo. Dijiste que fue un accidente.

En la cárcel la cosa no fue tan difícil, te hiciste la más puta entre las putas y te acostabas con los presos a cambio de favores personales o cigarrillos, nunca por plata. Juanito el Cara de Pista, era el más bravo de la prisión. Era el dueño decían. Lo buscaste. Al comienzo te dijo que no se acostaba con cabros, pero la angustia pudo más y días después te busco. Se hicieron grandes amigos, el te protegía a cambio de tus favores sexuales; creías que sentía cariño por ti, y tus sospechas se confirmaron el día en que saliste libre: Juanito te buscó, tuvieron sexo en tu celda como siempre; cuando terminaron y te vestías, te abrazó con fuerza y te regalo una medalla, para que te proteja, te dijo. La llevabas puesta todas partes y te sentías seguro con ella.

Una vez en la calle, pensaste que la cosa estaba fea en Lima y compraste un pasaje de ida a Francia, porque, decías, los cabros allá son respetados. Cuando llegaste creías que era el paraíso. Nadie te miraba feo o te gritaba cosas. Alquilaste un cuarto, en la zona más pobre de París; y regresaste a lo que mejor sabías hacer: putear. Decían que los cabros latinos ganaban bien. Lo confirmaste un mes después.

Te volviste popular en la zona. Un gordo colombiano que decía ser empresario era tu cliente más asiduo; te había prometido huir contigo cuando dejara a la esposa. Mientras tanto lo sangrabas, te compró un departamento con vista al mar y saliste del cuchitril en el que vivías. Te dio las joyas más caras, dinero para que dejaras “esa vida, pero a ti te gustaba ser puta.

La cosa no iba mal en ese país. “Ni cagando regreso a Lima”- pensabas, mientras mirabas la Torre Eifel.

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Hoy me levanté con algo de resaca. La fiesta ayer estuvo buena, sobre todo porque me ligué a la alemana esa de intercambio. Me he sentado a la mesa a tomar un café, acompañándolo con unos panes duros. Al leer el periódico, en la segunda hoja, con letras grandes y en negrita, un titular decía:

Travesti peruano es encontrado muerto en vía pública

Se sospecha de grupos neo nazis

El artículo lo ilustra una foto de un travesti de más o menos un metro ochenta con un vestido rojo y la cara pintada. Tiene dos impactos de bala en el pecho y uno en la frente; miro el rostro, que a pesar de la sangre es inconfundible, es tu mismo rostro de huevón que te acompañó toda la vida, siempre lo llevaste como un cartel colgado al pecho. En el artículo dice que solo se sabe que le decían La Lupe.

“Pobre”, pienso mientras me rasco los testículos. Dejo el periódico sobre la mesa, prendo el televisor, están dando Beabis and Buthead. Me río del primer chiste sin sentido. “Ya escribiré algo más tarde” pienso, mientras me remuevo un poco de pan que se me ha quedado pegado en el paladar.

1 comentario:

Val dijo...

Por algún motivo llegue a este blog, me gustan mucho tus cuentos!